miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Salitre

Dicen que amainó la tormenta; trataremos de
dormir. En nuestros pies, yodo y vendas recuerdan
el camino. Y tú quieres saber si al
despertar, calaos hasta los huesos, algo
habrá podido cambiar, y yo no quiero
mentir.

Llegando aquí, ¿qué
más nos puede pasar? Podemos ir y
preguntarle a la mar para que nos responda con
rugidos, para que nos diga la verdad.

Y dime, si ha salido el sol y no es para los dos,
entonces ¿para quién? O si hoy no
sopla el viento por los dos, entonces
¿por quién? ¿Cómo
puedo yo quererte bien si soy mi propio enemigo? Y
¿cómo recomenzar cuando hay tanto
ayer aquí, en mí?

Y ahora di, ¿qué más nos
puede pasar? Podemos ir y preguntarle a la mar
para que nos responda con rugidos,
para que nos diga la verdad.

Y te podrán decir que en el amor ha de haber
un vencido, que en el amor ha de haber un
vencedor. Pero óyeme, yo estuve allí
y sé que no hay más que
supervivientes. Deja que hablen, que yo prefiero
oír las cosas de la mar.

Llegando aquí, ¿qué
más nos puede pasar? Podemos ir y
preguntarle a la mar. Y ahora di,
¿qué más nos puede pasar?
Podemos ir y preguntarle a la mar para que nos
responda con rugidos y nos diga la verdad y
sobre todo para poder avanzar bajo el mismo sol
ardiente con los juicios que aún nos quedan
por perder, con el salitre adherido a nuestra
piel, como Jonás en las entrañas del
gran pez, con algas y con piedras, con toda el
agua que tragamos al nadar, con las mentiras sobre
las que tuve la osadía de jurar. Yo
jugué a ser malo y di de bruces con el mal.
Jugué a ser malo y di de bruces con el mal.
Que me perdone el capitán Ahab, que me
perdone.

Dicen que amainó la tormenta.